Imprimir
Categoría: Diario

Son irreductibles. "No lo entiendo, profe", se ha dicho siempre con pudor, como lamentando quién se atreve a decirlo, su propia cortedad, su limitaciones y esa misma verbalización contenía la mayoría de las veces un cierto sentimiento de culpabilidad y un decidido propósito de enmienda, para que a uno no le volvieran a coger en falta.

Pero en estos tiempos también eso parece haber cambiado. Cuando un alumno te contesta ahora "no lo entiendo" lo hace sin vacilación, decididamente, con la cabeza alta, haciendo resbalar sobre su conciencia cualquier sombra de culpa o determinación de cambio. Puedes haber estado explicando un problema, un recurso comunicacional, cualquier cosa durante media hora y asistir luego impotente al espectáculo de aquel o aquellos alumnos charlando, recortando papelitos, escribiendo notas a los compañeros, lanzando puyas ofensivas a diestro y a siniestro. O con la expresión descaradamente ausente. Cuando les preguntes te contestarán, invariablemente, y con orgullo "no lo entiendo". Vuelve a explicarselo otra vez. Asistirás, ahora exasperado al insulto de su desinterés, de su inatención. Pregúntale de nuevo. Ahora el tono será mucho más agresivo: "Pues si no lo entiendo, ¿qué quieres que haga?, si no lo entiendo, no lo entiendo".
Mi récord lo ostenta una alumna (12 añitos) que tras una segunda explicación y ante mi observación de que de nada parecía servir ese esfuerzo adicional (mío) me contestó: "Si no voy a entender para qué quiero atender".Y, sin cortarse un pelo, añadió: "Para qué atender si lo que aprenda no me servirá el día de mañana". ¿Cómo lo sabes? "Pues porque siempre será necesario saber más de lo que haya aprendido."
El blindaje se cierra. Constituye una artillería defensiva muy efectiva que desarma al más pintado. Sirve de coartada a su desidia, una gran colchón para su pereza. ¿Quién les ha entrenado de modo tan efectivo?